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ARTÍCULOS

Esclavos (Blanca Álvarez)

b.alvarez@diario-elcorreo.com

Jueves, 21 de febrero 2008, 03:53

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Por debajo de los grandilocuentes discursos, al margen de las promesas: si tú das cinco, yo diez; es decir, a la misma vez que nos aturden con el márketing diseñado por especialistas y estilistas, la vida, cotidiana, dura, desasosegante y brutal, continúa. Del mismo modo que podemos embelesarnos con el color de un mar al atardecer ignorando la muerte y la basura que asesina las entrañas de nuestros océanos, del mismo modo la vida, brutal y cotidiana, continúa por debajo de las banderitas electorales.

Tan a gusto nos sentimos con nuestro perfecto montaje, tan preocupados por la Bolsa y la hipoteca, que andamos ciegos a cuanto sucede a dos pasos y ante nuestras narices. Desde Portugal, vecinos e ignorados, llegan, en furgonetas macabras, cientos de portugueses que cruzan desde sus aldeas hasta nuestro paraíso todos las madrugadas de domingo para trabajar de peones en la construcción y regresar, la madrugada del viernes, hasta sus aldeas. Tan agotados por las horas de viaje, el trabajo sin demasiada seguridad, el salario, ni siquiera el nuestro, porque les pagan de acuerdo con los mínimos de su país, que cada semana se cobra la vida de unos cuantos. Eso sí, no entran en las estadísticas de nuestros accidentes laborales porque, moribundos o descalabrados, o incluso difuntos, los envían hasta sus aldeas para que su muerte no manche ni nuestros datos de seguridad laboral ni nuestras duras conciencias.

Una continua riada de esclavos sin más cadenas que la pura necesidad de comer. Una sumergida economía que llena los bolsillos de quienes gritan que los moros nos roban los trabajos. Una terrible indiferencia de quienes conocen las rutas esclavistas y se callan o incluso se alegran de pertenecer ya a otra dimensión de servilismo.

Ni sindicatos, ni leches en vinagre, que ni son nacionales, ni demasiado extranjeros; ni leyes, ni protestas, que no vienen a quedarse y tan sólo desean llegar al viernes para regresar a sus aldeas portuguesas; ni ayudas sociales ni gritos en su defensa, porque, sencillamente, no existen. Esos miles de portugueses que viven con un pie en cada lado de la frontera ibérica ni piden, ni chillan, ni votan ¿Ni existen!

Me recuerdan a Fray Bartolomé de Las Casas: este fraile andaba tan preocupado por el bienestar de los indios americanos que convenció a sus católicas majestades para importar negros africanos que los sustituyeran en la esclavitud. Tan necesitados andan los mafiosos constructores de mano de obra sin sindicar y sin alma, tan preocupados por mantener el ritmo de sus ganancias, que buscan esclavos dóciles con domicilio en otro territorio. Lo cual está muy bien porque ni siquiera contaminan con sus cadáveres el suelo patrio.

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