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ARTÍCULOS

Un fraude evitable

FÉLIX M. GOÑI

Lunes, 22 de diciembre 2008, 03:41

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N uestros conciudadanos viven estas semanas con asombro el episodio de Veleia: lo que inicialmente era un descubrimiento arqueológico sensacional, ahora resulta ser un fraude. El público se pregunta, con mucha razón, cómo es posible que se den estos engaños, y aun sospecha si toda la investigación científica no estará teñida de esta lacra. Estas preguntas tienen una explicación sencilla, y, desde luego, tranquilizadora: los fraudes científicos son muy escasos, y es muy difícil llevarlos a cabo. si se toman unas medidas elementales y universalmente aceptadas en el mundo del conocimiento. Vamos a explicar ahora en qué consisten esas medidas y qué es lo que ha fallado en este caso.

Sea en arqueología, en biología o en matemáticas, si uno cree haber llegado a un descubrimiento importante, lo primero que hace (o sea, lo primero que debe hacer) es publicarlo en una revista profesional. En estas revistas especializadas, ninguna de las cuales se vende en los kioscos, cuando se recibe un manuscrito que describe un descubrimiento, el director lo envía a dos o tres expertos de cualquier parte del mundo, los cuales estudian el artículo y aconsejan sobre su aceptabilidad en la revista. Sólo si los expertos evaluadores (cuyos nombres no se dan a conocer al autor) están convencidos de la calidad del descubrimiento, autoriza el director su publicación. Éste es el procedimiento que los anglosajones llaman 'peer review', o sea, evaluación por los pares, por los que son iguales en conocimiento y experiencia científica al autor del artículo. En las grandes revistas el porcentaje de originales que supera esta barrera en inferior al 10%, y un porcentaje de rechazo del 30% al 50% es de lo más habitual. Las revistas que utilizan un sistema fiable de 'peer review' se dan a conocer en bases de datos asequibles a todo el mundo por Internet, de manera que nadie se puede llamar a engaño. Cuando un artículo está aceptado para su publicación en una de estas revistas, y sólo entonces, se puede dar el descubrimiento como inicialmente válido. Naturalmente los evaluadores no son infalibles, y pueden cometer errores, pero los 'goles' que les cuelan son efímeros, pues más pronto que tarde la comunidad científica descubre el error o, en su caso, el fraude.

Por supuesto que la publicación en la prensa general, y la solicitud de fondos para seguir investigando, se deben producir sólo después de la publicación en una revista científica. Digámoslo claramente: el comunicar a los medios resultados científicos no contrastados por el filtro de una revista profesional es, si no directamente fraudulento, una actividad muy cercana al fraude. Nadie puede estar seguro de la validez de su descubrimiento antes de que éste sea contrastado con las opiniones de los expertos. Y, por supuesto, ninguna entidad financiadora pública ni privada debería tomarse en serio un supuesto descubrimiento no depurado por el 'peer review'.

l mensaje tranquilizador a nuestros conciudadanos es que, salvo alguna excepción, como la que nos ocupa, los subsidios de investigación no se conceden sino después de una selección cuidadosa. Tanto los programas de investigación del Ministerio de Ciencia e Innovación como los del Departamento de Educación del Gobierno vasco requieren, para empezar, que el solicitante tenga el título de doctor y que esté trabajando en una institución reconocida. Además, el proyecto de investigación que presenta el solicitante va necesariamente acompañado de sus publicaciones anteriores sobre el tema. El proyecto y las publicaciones son, también en este caso, evaluadas por expertos externos. Sólo si el proyecto pasa el filtro del 'peer review' recibe la subvención solicitada (que, por cierto, en ningún caso que yo conozca llega ni de lejos a la generosidad mostrada en este caso por Eusko Tren).

La creciente influencia de los medios de comunicación de masas en nuestras vidas privadas se cobra alguna víctima a costa de la ética científica. Cada vez más vemos en los periódicos a científicos 'mediáticos' anunciando a bombo y platillo no lo que han descubierto, sino lo que van a descubrir, las enfermedades que van a curar, y los bienes de todo tipo que nos van a deparar sus investigaciones. Pero lo sorprendente es que instituciones públicas que debieran tener mejor criterio les subvencionen y hasta jaleen en público estas 'gracias'. Dígase lo mismo de los medios de comunicación que dan pábulo a estas fantasías. El periodismo científico ha mejorado, en los últimos treinta años, en paralelo con la mejora de la ciencia española, o sea, muchísimo. Nuestros periodistas científicos saben muy bien, afortunadamente, lo que es el 'peer review'. Cuando, como en el caso que nos ocupa, se da a conocer un descubrimiento sensacional no contrastado, los medios pueden cumplir su misión social informadora y atender a sus lícitos intereses económicos publicando la noticia, pero deben al mismo tiempo, sea quien sea el investigador, recordar a los lectores que los resultados en cuestión no han sido aún revalidados por la comunidad científica.

En resumen, en el fraude grotesco de Veleia es censurable la actitud de los arqueólogos, dando a conocer resultados no contrastados, es criticable la credulidad de los medios de comunicación, que no confirman la veracidad de esta noticia, como sin duda habrían hecho con una política o económica de parecido calibre, y es reprobable, a la vez, que incomprensible, la actuación de las entidades públicas que, ignorando los procesos de evaluación utilizados en las políticas científicas de todo el mundo, han utilizado el dinero de todos para atraer el oprobio sobre una parte de la ciencia, y para hacer planear la sombra de la duda sobre toda ella. Sólo una pequeña dosis de respeto a los procedimientos instituidos nos habría ahorrado a todos este bochorno. y esos euros.

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