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Ismáil Kadaré: «A todos los dictadores les encanta la desgracia y el aburrimiento»
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Ismáil Kadaré: «A todos los dictadores les encanta la desgracia y el aburrimiento»

El autor albanés, eterno candidato al Nobel, repasó en el festival Gutun Zuria de Bilbao su vida bajo el totalitarismo

IÑAKI ESTEBAN

Jueves, 5 de febrero 2009, 10:15

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El escritor albanés Ismaíl Kadaré es uno de esos testigos del siglo XX que ha visto la peor cara de la historia, la Segunda Guerra Mundial, décadas del dictadura comunista en su país bajo el mando de Enver Hoxha, conflictos en los países vecinos de los Balcanes. Eterno candidato al premio Nobel, ha dedicado la mayor parte de su obra a diseccionar cómo los regímenes totalitarios penetran en la vida cotidiana y la amenazan hasta hacerla insoportable. El autor de 'Cuestión de locura' (Alianza), su último libro publicado en español, estuvo ayer en el festival literario Gutun Zuria, que se celebra en Bilbao hasta el próximo sábado.

-Usted utiliza los elementos mágicos y mitológicos para denunciar el totalitarismo. ¿Existe algún tipo de magia en las dictaduras?

-Seguramente yo utilizo esos elementos que usted me dice, pero no lo hago de manera voluntaria. Nadie puede hacerlo. La manera de escribir le viene a uno de una manera natural, es algo con lo que el escritor se encuentra. Después de tantos siglos, hemos creado algo que yo llamo la 'máquina literaria mundial', y gracias a ella se mueven todos los recursos literarios.

-¿Qué tipo de gasolina utiliza esa máquina?

-Un combustible que se destila a base de muchas lecturas, de una buena educación. Claro que una buena educación no debería servir sólo para la literatura, sino para todo. La máquina es muy complicada y en ciertos aspectos eterna, aunque los escritores de cada época tienen la impresión de que se renueva. A veces mis libros tienen un sonido arcaico, otras mitológico, otras ultramoderno, o una mezcla de todo ello. Pero yo no lo controlo.

-Usted fue estudiante en Moscú en los años cincuenta. ¿Cómo vivió todo aquello?

-Fue muy interesante; la época cuando Jruschov condenó los crímenes de Stalin. Para estar en un régimen comunista, se respiraban ciertos aires liberales, al menos eso es lo que podía percibir un estudiante que procedía de Albania, de un pequeño país estalinista. Para mí fue como un pequeño paraíso, un descubrimiento de que podía existir una vida privada rica hasta cierto punto.

-Su literatura expresa ese aire asfixiante que se vive en los regímenes totalitarios.

-La vida cotidiana, la vida normal, es el enemigo número uno del totalitarismo.

-O sea, la libertad.

-Libertad es un palabra muy grande. Prefiero minimizarla y referirme a la vida cotidiana, al comportamiento normal, al lenguaje corriente, el pensar con unos márgenes amplios. Contra todo eso va el totalitarismo, cuyo mayor sueño habría sido impedir las relaciones entre las personas, entre los amigos, porque todo eso lo ve como un peligro, como una herida, una grieta que amenaza su deseo de dominio total. Por eso reprimen todo aquello que juzgan herético en el pensamiento, en la literatura, en la música, en la vida. A los dictadores les encanta la desgracia, el malestar. Les gusta el aburrimiento.

-¿Y cómo era la vida de un escritor en su país?

-Por ser escritor, ya eras culpable. Y la notoriedad en tu país o el éxito en el extranjero, por modesto que fuera, te convertía en más culpable todavía. Incluso para la gente, como si al estar traducido en otros idiomas no quisieras a tu pueblo. Pero siempre digo que la literatura no es víctima de nada.

-¿En qué sentido?

-La gran literatura es más fuerte que las tiranías. Un autor de verdad tiene una visión del mundo propia y no hay cosa que pueda molestar más al totalitario que el ejercicio de la escritura, porque implica el individualismo. Te pueden amenazar y presionar, pero sabes que esa circunstancia opresiva está fuera, no dentro de ti. Perteneces a otro reino. Te podrán atacar a ti, pero no a tus novelas.

-¿Puede hacer algo la literatura contra las tiranías?

-Absolutamente nada, pero las tiranías tampoco pueden hacer nada contra la literatura. Pueden fusilar al escritor, pero no pueden cambiar sus libros. El comunismo comprendió que este asunto era muy serio y creó una raza de escritores conformistas, dogmáticos, para que ellos destruyeran la literatura con sus malas novelas.

-Los llamados escritores oficiales.

-Cuando vivía en Moscú había miles de escritores, aunque muy pocos podían llevar ese título con un mínimo de dignidad. Los soviéticos decían: «Nosotros permitimos la libertad de los autores». En realidad estaban beneficiando a aquellos que escribían sin pulso, al dictado, a los que iban a ahogar la literatura.

-¿Qué opina de los escritores comprometidos?

-El compromiso de la literatura es siempre indirecto. No consiste en ponerse de un lado o de otro, a favor o en contra de una causa porque eso degenera en mala literatura. Si te conviertes en un sacerdote de la literatura quizá te premien los de tu bando, pero no conseguirás nada que valga la pena.

-¿Por qué se quedó en Albania hasta 1990?

-No había otra elección. Si alguien se exiliaba, su familia se convertía en la diana del régimen. Albania es un país pequeño, fácil de controlar, y por eso no ha habido apenas exiliados.

-¿Qué descubrió en París?

-Nada que no supiera o imaginara. Para entonces el régimen estaba muy debilitado, el dictador Hoxha había muerto y yo sabía que todo aquello no iba a durar mucho. Ahora somos un país normal, democrático, con sus problemas, como todo el mundo, y eso lo hemos conseguido en muy poco tiempo. i.esteban@diario-elcorreo.com

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