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IÑAKI ESTEBAN
Miércoles, 1 de abril 2009, 11:18
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En vez de ir a Italia a formarse, como la mayor parte de los pintores de su generación, Adolfo Guiard se fue a París. Aquella elección resultó fundamental porque le puso en contacto con el movimiento que inauguró la pintura moderna, el impresionismo. Guiard, hijo de un fotógrafo francés, trajo el pincel impresionista a Bilbao, la ciudad en la que había nacido en 1860, y que se dividió entre partidarios y adversarios de la nueva corriente. El tiempo le dio la razón a él.
El historiador Javier González de Durana, ex director del Artium de Vitoria y actual responsable del centro TEA de Tenerife, presentó ayer en el Ayuntamiento de Bilbao su biografía del artista, 'Adolfo Guiard. El primer pintor moderno' (Muelle de Uribitarte), un recorrido por su trayectoria humana, estética y también política, ya que fue amigo de Sabino Arana y uno de los primeros nacionalistas de la villa. «Tuvo un punto de vista cosmopolita y vio el mundo desde Bilbao», resumió el autor.
El libro, patrocinado por la Fundación Bilbao 700 y publicado dentro de la colección 'Bilbaínos recuperados', recoge la polémica que causó la primera exposición de Guiard en su ciudad, ensalzada por el nacionalista Nicolás Viar debido al «dibujo perfecto» de las obras y criticada por el foralista Antonio de Trueba justo por lo contrario, por la imperfección de las figuras y paisajes.
El alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, hizo referencia a este debate según lo reflejó Miguel de Unamuno en 'Mi bochito', que alabó el «arte puro» de Guiard porque no había «nada de repostería».
Una de las obras más conocidas del pintor, 'La aldeanita del clavel rojo', condensa el Bilbao de principios del siglo XX, según explicó González de Durana. «La aldeanita, pintada en un caserío de la curva de Elorrieta, mira de frente y expresa confianza en el futuro, mientras que a un lado aparece la abuela, el pasado sobre el que se construye el presente. Al fondo, el humo de las fábricas que cargaban de energía a la sociedad bilbaína», relató. El cuadro, pintado en 1903, fue una de las primeras compras que hizo la Diputación de Vizcaya para el museo de Bilbao, entonces sólo un proyecto.
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