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Marce Romero posa en uno de sus establecimientos. / R. GUTIÉRREZ
La vida es un alimento
ÁLAVA

La vida es un alimento

Marce Romero, uno de los tantos naturales de Brozas que desbrozó su camino en Vitoria hasta abrir cuatro tiendas de frutas y verduras

ÁNGEL RESA

Domingo, 31 de mayo 2009, 04:56

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Marcelino Romero, Marce, es uno de los tantísimos naturales de Brozas que se trasladaron en las décadas de los cincuenta y sesenta a Vitoria en busca de su particular El Dorado. «Vinimos por el trabajo, allí no había», confiesa tras el mostrador de alimentación que regenta en la calle Hortaleza, perpendicular a Los Herrán. Se dice que Sidney acoge a más serbios que la mismísima Belgrado. Algo semejante puede comentarse de la capital alavesa con respecto al pueblo cacereño donde vio la luz Marce. Tal es así que Goyo García, el popular y querido párroco de Zaramaga en pleno franquismo y de Ariznavarra durante la Transición, desvió un día el coche por carreteras secundarias para visitar el pueblo de su legión de feligreses.

Hijo único de un ferroviario, la familia paró «poco tiempo», año y medio, en Alsasua, nudo gordiano de trenes que circunvalan el país. De ahí a Aberásturi, un breve paréntesis del cabeza de familia para ganarse el sustento como albañil. Y después, el establecimiento definitivo en Vitoria, con el ferrocarril de nuevo como medio de vida.

Marce es un hombre hecho a sí mismo, otro de tantos en aquella España gris del aislacionismo. «No estudié, empecé a trabajar con doce años y desde entonces, siempre en alimentación».

Comenzó como repartidor preadolescente en Arteaga, comercio radicado en Siervas de Jesús. Antes de cumplir la mayoría de edad, Marce ya era un hombrecito que compraba, vendía y asistía a las reuniones de la cooperativa San Miguel. Incluso en la mili sirvió en el economato, su sino con el abastecimiento no le concedió una tregua ni en el Ejército. Al licenciarse entró a trabajar con Silvestre Ullibarri, «uno de los primeros que impusieron en Vitoria el autoservicio» con sus negocios de Landázuri y Olaguíbel. Hasta que se decidió por el autoempleo.

«Me casé en mayo del 72, fuimos de viaje de novios a Fuengirola y entonces pensé en montarme por mi cuenta». Fundó su primer local en la calle Basoa. A aquel le siguieron lonjas en Hortaleza (1991), Rioja (2005) y Aranzabela (2006). «¿Un imperio dices? No sé. Lo que sí recuerdo es que en los primeros años no tenía ni una perra, partí de cero y con deudas».

Jornadas agotadoras

Pero las apreturas dejaron paso a la bonanza económica, a una expansión en el gasto, favorecida aún más porque «no estaban Sabeco ni Eroski, sólo los economatos de la Fundación San Prudencio». Marce recuerda jornadas agotadoras, que mermaban las fuerzas y llenaban la caja. «Había colas para vender fruta, no íbamos ni a comer y salíamos de aquí a las doce de la noche». Entonces la familia compró el piso en Basoa para no perder tiempo entre el negocio y la casa.

Ahora sus ultramarinos padecen la crisis igual que el común de los mortales. Ha bajado la venta a particulares, pero la hostelería se mantiene como red de seguridad. «Es la que nos está salvando la situación», dice este hombre trabajador por encima de todo, que a las cuatro y media de la mañana ya está en el mercado de mayoristas para elegir género selecto entre frutas y hortalizas. «Empezamos a servir a domicilio, a hoteles y restaurantes antes de las ocho», relata.

Los tres hijos dejaron de lado los estudios para colocarse tras el mostrador de las tiendas abiertas con el carácter laborioso de los padres. Los cuatro establecimientos emplean a familia directa y política, además de procurar trabajo a otras seis personas. «A estos -apunta hacia Raúl, 'el chico para todo' en la tienda de Hortaleza- se les va a quedar una clientela tremenda». Marce, a cuatro años de la edad oficial para jubilarse, aún no vislumbra la retirada.

Sus establecimientos fueron pioneros en confeccionar cestas de frutas, en tiempos pasados que fueron mejores de acuerdo con la clientela. «Vitoria está distinta. Antes el trato era más personal y ahora ha cambiado a peor en las relaciones humanas», lamenta.

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