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Contador se divierte con un silbato. / EFE
«Armstrong y yo somos muy distintos»
CICLISMO | TOUR DE FRANCIA

«Armstrong y yo somos muy distintos»

Contador, líder del Tour, muestra tanta fuerza en la montaña como aplomo en la guerra psicológica

J. GÓMEZ PEÑA

Martes, 21 de julio 2009, 10:49

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Alberto Contador llegó primero a la cima de Verbier. Gracias a su fuerza. Horas después, Lance Armstrong entró primero en el hotel Castel de Sion. Gracias a sus privilegios. A descansar cuanto antes. En la cena no hubo champán. Nadie descorchó su alegría. Contador retuvo su euforia. Por no molestar. En el Astana, la del domingo fue una noche de velatorio. Por Armstrong caído. Dos semanas atrás, cuando Contador se quedó cortado en los abanicos de La Camarga y Armstrong enseñó allí los dientes, hubo fiesta en el hotel Mercure de Montpellier. Por Armstrong resucitado. A veces, el champán también habla.

Como Tom Boonen, el campeón belga, en el diario 'L'Equipe': «A nada que pega el viento, Rast (corredor del Astana) se coloca delante de Armstrong y enseguida todos forman una cadena para protegerle. Sin embargo, hace días que Contador está solo. No entiendo la actitud de sus gregarios. Me dolía ver a Alberto así. Verle solo defendiendo su posición en el pelotón y gastando fuerzas». Solo. Más mérito. Único.

El corredor que le dio al ciclismo en Verbier un día que le sobrevivirá. Un hito: el momento en que cayó Armstrong. Ayer se cumplieron 40 años desde que el otro Armstrong pisó la Luna. El domingo, Contador pisó al de ahora. Aunque el americano aún colea. Como si buscara pruebas de que aún es posible lo imposible. Ayer, mientras Contador aprovechaba la última jornada de descanso para pedalear en paseo, Armstrong sudó sobre la bicicleta de contrarreloj. Todavía no se rinde.

«Armstrong y yo somos muy distintos», dijo ayer Contador. El madrileño lucha por su segundo Tour. Luego, si puede, vendrán más. A su manera: disfrutando. Sin retos, sin sentirse elegido para un destino glorioso. Ayer paladeó su primera noche con el maillot amarillo como almohada para sus sueños. «He dormido tranquilo. Y he dejado bien vigilado el maillot, por si me lo quitan, ja, ja». Lo dijo en broma.

Dos horas antes, Armstrong había ensayado la contrarreloj. «Después de Verbier se ha aclarado todo. Tras la etapa, Armstrong me dijo que me iba a apoyar al cien por cien. Creo en él. Creo en el equipo. Tengo plena confianza en ellos, son todos muy profesionales. Podemos terminar el Tour sin ningún problema», aseguró el madrileño.

Así, en ese tono medido, ha deletreado cada una de sus declaraciones. Consciente de estar dentro del Tour psicológico diseñado por Armstrong: «Sabía que iba a ser una carrera difícil, tanto dentro como fuera de la carretera. Esperaba esta presión psicológica y así lo he podido sobrellevar con mayor facilidad». Sin entrar a las provocaciones del rival-compañero. Silencio fuera del asfalto; pólvora en Arcalís y Verbier.

Contador vestía ayer de negro, aunque con una mano amarilla disparando impresa en la gorra. Un gesto pintado en el color que vence en el Tour. «En el podio se vio las ganas que tenía que celebrar ese triunfo. ¿Una liberación? Bueno, siempre me he sentido liberado, aunque es verdad que la situación es mejor ahora que antes de Verbier».

Más diferencia

A Contador le salen las cuentas: «Saqué más diferencia de la que tenía prevista. Pero si se da la circunstancia, trataré de distanciar más a los rivales». Piensa en Andy Schleck y en Wiggins, el contrarrelojista, el campeón olímpico de persecución. Candidato para la crono del jueves en Annecy (40 kilómetros). La etapa en la que también piensa Armstrong. Aún.

Contador, en cambio, estudia el recorrido más próximo, las subidas hoy a los puertos de San Bernardo y la etapa maratón de mañana en los Alpes. «La diferencia que tengo me permitirá ir tranquilo. Sin tanta necesidad de atacar como hasta ahora. El día de Le Grand Bornand (mañana) es al que más respeto tengo», declaró.

Si su equipo acata la jerarquía impuesta por las rampas suizas de Verbier, Contador no tiene más rival que sí mismo. Aunque los hermanos Schleck sueñen con verle caer en un desfallecimiento como el de la París-Niza. «Siempre puedes sufrir un mal día. Pero, bueno, eso corre de mi cuenta». Seguro de su fuerza. Y, según declara, seguro de su equipo. Aunque dejó el maillot amarillo bajo recaudo en el hotel del Astana.

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