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aniversario de la muerte de juan pablo II

Juan Pablo II, venerado como un santo un año después

Católicos de todo el mundo esperan que pronto Wojtyla sea elevado a los altares

COLPISA | MADRID

Domingo, 2 de abril 2006, 02:00

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Un año después de la muerte de Juan Pablo II, el hombre que reinó en el Vaticano durante 26 años es venerado como un santo y su tumba recibe diariamente la visita de entre 15.000 y 20.000 fieles. Aunque su beatificación no será tan rápida como pedían los peregrinos a su muerte, nada impedirá que Karol Wojtyla sea elevado a los altares.

El pontífice que dirigió a la Iglesia católica a las puertas del siglo XXI descansa en una sobria tumba que desde que murió se ha convertido en un santuario y lugar de peregrinación para miles de católicos.

Sobre la losa de mármol blanco bajo la que yace el cuerpo de Wojtyla los visitantes depositan flores, fotos, medallas, rosarios y cartas. Dos guardias vaticanos vigilan para que no se depositen ofrendas sobre la lápida y procuran que los fieles no permanezcan más de dos o tres minutos delante de la tumba. Durante los días de fiesta y fines de semana, la afluencia a la sepultura se cifra en 25.000 visitantes.

Cuando se va a cumplir el primer aniversario de la desaparición de Wojtyla, su prestigio sigue intacto y su figura hace sombra a su sucesor Benedicto XVI. Como dice el cardenal francés Roger Etchegaray, Juan Pablo II no ha tenido aún que atravesar la "travesía del desierto" que espera a todos los grandes hombres de la historia.

Aparte de erigirse en un valedor de los derechos humanos, en un centinela de la moral sexual tradicional y en un ariete en la caída del comunismo, Wojtyla aprovechó su influencia para trascender las fronteras y convertirse en un líder internacional. Ese legado puede perderse con Joseph Ratiznger, entre cuyos intereses no está la geopolítica y sí salvar el patrimonio de la fe.

Documentos y testimonios

A pesar de la celeridad que intenta imprimir Benedicto XVI al proceso de beatificación de Wojtyla, el alud de testimonios y de documentos que deben estudiarse hará imposible que su canonización sea cuestión de meses. Los católicos polacos deseaban con ardor que la visita de Benedicto XVI a Polonia en mayo viniera acompañada del regalo de su beatificación. La premura y los plazos demasiados cortos han frustrado esa pretensión. Aparte de que falta por demostrar que Juan Pablo II obró un milagro en vida.

Oder, un sacerdote polaco miembro del tribunal eclesiástico que se ocupa del caso en Roma, recibió el encargo de realizar la primera fase de la investigación sobre la vida y las virtudes del papa difunto, antes de enviar el expediente a la Congregación para la Causa de los Santos. El clérigo polaco presidió el 17 de marzo en un lugar de Francia que se ha logrado mantener en secreto la apertura de las sesiones para escuchar a la religiosa que dice haber sido curada de la enfermedad de Parkinson tras haber pedido la intercesión de Juan Pablo II.

Durante este año de ausencia, al sucesor de Juan Pablo II le quedan varios desafíos por afrontar que no acometió Wojtyla, como la reforma de la curia, el aligeramiento de la burocracia vaticana y la apuesta por un gobierno más plural de la Iglesia (la famosa colegialidad).

En materia de liturgia, Benedicto XVI no es amigo de los cambios. No en vano, después de ceñirse la tiara, el actual Papa advirtió de la necesidad de conservar la solemnidad y la corrección en las celebraciones eucarísticas. Como intelectual acostumbrado a tomarse su tiempo, Benedicto XVI no ha tomado decisiones apresuradas, ha prescindido de los gestos mediáticos de su antecesor y carece del interés viajero de Wojtyla. Su primera encíclica rebate algunas teorías marxistas y se centra en el amor y el sexo, tratando de hacer ver que la Iglesia no repudia el segundo.

Si bien la trayectoria de Joseph Ratzinger ha sido coherente con el pontificado de quien fue su mano derecha, en algunas cosas se distancia de Karol Wojtyla. No comparte con el papa polaco la afición por la proliferación de mártires, beatos y santos, ni tampoco muestra la obsesión de Juan Pablo II por el diálogo interreligioso y la unidad de los cristianos.

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